20100804

Los actos del instinto, los deseos desenmascarados y una existencia que sin máscara horroriza.


El Secretario del Ministro Químico me becó para vivir durante un tiempo en La Posmo. El objetivo de mi investigación era develar si la obra literaria del Escritor Sin Cabeza contenía sustancias mutagénicas. Al ir a la Biblioteca Estatal de Posmópolis, ubicada en las cercanías del Centro Hundido, me dijeron que no tenían conocimiento de la obra literaria del Escritor sin Cabeza y, por lo tanto, si ésta contenía sustancias mutagénicas.


Me perdí entre los callejones hundidos, empedrados y llenos de baches del Centro Hundido de la Posmo. En la plaza, a un lado del karaoke y del asta bandera erguida pero vacía, sin sustento que ondear por el aire, encontré al Escritor sin Cabeza. La gente le aplaudía, lo ovacionaba aunque también había algunos que le repudiaban: no se dedicaba a escribir, solamente operaba las palabras.


Sin importarle la economía del ruido, El Escritor sin Cabeza abrió con un bisturí el cuerpo de una de las palabras físicas. Entendí el por qué de la ovación y del repudio: al abrir en partes las palabras la operación arrojaba una evidencia: que en el interior de las palabras están los actos del instinto, los deseos desenmascarados y una existencia que sin máscara (sin palabra) horroriza.