Iban en el barco el Mostro y el Muchacho de los Ojos Tristes. Marea baja. Alta marea. Anuncios de ruido: no eran las sábanas con las que nos cubríamos uno encima del otro. Eran olas. Marea baja. Alta marea. Batallas de piratas textuales en las orillas del océano. Sin avistamiento de la tierra: No hacía falta. No había prisa.
El Mostro y el Muchacho de los Ojos Tristes hicieron un ligero retorno y desobedecieron a la brújula ancestral que tomaron del escote del Divine. Izaron las banderas. Inventaron el cántico de guerra ("Posmópolis, Santísima Posmópolis), y en la proa del barco sintieron, al menos en la brevedad del lapso, su primera certeza: tenían que volver a las cercanías del punto de partida: era necesario llevar el fuego a Posmópolis: el amor ilumina ahí donde arde.