El trayecto del Centro a la X que realizaron el Mostro y el Muchacho de los Ojos Tristes fue interminable como infinitas fueron las palabras el día que el Escritor sin Cabeza aprendió a escribir.
Discursar.
El trayecto fue un discurrir sobre aquel agujero que un día el Mostro y el Muchacho de los Ojos Tristes encontraron en la hoja de una agenda. A ese agujero lo llamaron la X, la X de Posmópolis: el destino inalcanzable, el final en el que nunca aterrizaron.
La X, sin embargo, no era la conclusión.
La X, en su estado de indefinición, representaba la apertura hacia cualquier cosa: fantasmas, el amor, palabras infinitas, menos la tierra porque nuestra casa es el exilio, los circos, los locos y verdaderos que no escriben ni toman notas. Apuntan.
El recorrido era en barco. Y a bordo bebidas embriagantes. Marea alta. Marea baja. Alertas de icebergs o guerras en las orillas del océano. Piratas textuales. Fantasmas textuales. Amores reales. Brevedad. Alta suciedad. Mucha intensidad. Éramos el blanco del peligro.
No había motivo para llegar a tierra. Al menos no había prisa.
Y Posmópolis, a ti me entrego, Santísima, inalcanzable, Posmópolis.