20100329

Cruza el desierto y yo cruzaré los dedos.

Monseñor Solís levantó las manos en señal de oración y dijo: "oremos juntos, vayamos en paz y empós del amor que el tiempo es obra vital y la carne es aprehensible... Y por las siglas de los siglos: amen". Cada vez que Monseñor Solís concluía la realización del rito con esas palabras, nosotros decíamos: "Y Posmópolis, Santísima Posmópolis".

Salí del lugar donde cada mañana concertábamos el rito: el cráter del Centro Hundido de la ciudad. Ahí el sonido proveniente del campanario, nos avisa que todavía hay tiempo, que la prisa es palabra de los bárbaros y no de los amantes, que incluso hoy volverá a ganar el amor y que Posmópolis saldrá triunfante en su cualidad de heroica.

Yo tracé mi destino. Entonces me encaminé al desierto. Entonces crucé los dedos.

Caminé hacia el sur por el Eje Central de Posmópolis. Caminé, caminé, caminé. Aunque me llevara todo el día tenía en claro a dónde ir: el desierto, a nuestro encuentro porque recuerda: cruza el desierto y yo cruzaré los dedos y así se cumplirán nuestros deseos. Cruza el desierto y yo cruzaré los dedos y entonces lo que antes era un espejismo, un lugar imaginario, arrinconado al filo de la subsistencia y de lo más básico, se torna en vitalidad: furor de la noche, fulgor de mis deseos, de mi boca y de mi lenguaje cuando el destinatario eres vos.

Y Posmópolis, Santísima Posmópolis.