
Hablé a ese número embotellado, maldito, lleno de cuerpo: […]
Te escuché acercándote: me despedazarías: soy de arena.
De un soplo desaparecen los números telefónicos de Posmópolis, como glaciares descendiendo por la espina dorsal.
El norte.
El sur.
Ya nadie le habla a nadie.
Ya nadie escucha a nadie.
Cuerpo a cuerpo, sin palabras, es gozar.
Quien escribe esto, no es un explorador de la piel o de la carne.
Quien escribe esto, notifica cada maravilla que encuentra en su camino a quien está del otro lado de esos números arrojados en los rincones deprimidos de la ciudad.
Sin más suerte que esperar.
Posmópolis, Santísima Posmópolis.