20100406

Siempre te encuentro.

Llegué a Posmópolis en el camión matutino. Recordé que hacía años que no visitaba la ciudad. En aquél entonces los bárbaros perseguían fantasmas de palabras físicas: caracteres sin borde cuyo destino estaba más allá de toda metafísica imaginada.


Cada vez que vuelvo a Posmópolis el mismo anuncio, aunque más sucio, me recibe con estas palabras: "Bienvenidos a Posmópolis. 'Ya estaba escrito'". "Ya estaba escrito", según recuerdo, fueron las primeras palabras físicas que trajo a la ciudad uno de sus antihéroes: El Escritor Sin Cabeza.


Tomé el metro de Posmópolis y recordé que, en ocasiones, no se detenía en ciertas estaciones. El viaje era continuo hasta la estación infinita, horizontal, lejana de nuestro tacto.



Nos citamos en el Centro Hundido de la ciudad. La historia de las ciudades la hacen sus antihéroes: aquellos que vencen a los bárbaros o los convierten en amantes. La historia, en su mayoría, la narran aquéllos que moldearon este lugar, el Centro Hundido, con la palabra. Yo era solo un paseante, pero quería ser un turista vital.



Mis primeras palabras físicas al verte: "Hola, M., siempre te encuentro". Ellas y nuestras citas voluptuosas, de viernes a lunes, en aquel hotel del Centro Hundido. Ellas y la luminosidad de un cuarto oscuro, las sábanas y el sudario. Todo ello y mi carga que llevo a todos lados, aquella que ya tenía antes de conocerte: mi vulnerabilidad y que me espanta rondar por el vacío y la supervivencia textual. Pero ahí al bordarte, al nombrarte y al ligar mis primeras palabras físicas, recuperé el aliento, el asombro, me enlacé a la vida, me alejé de la muerte.



Posmópolis. Santísima Posmópolis.