En Posmópolis no hay latitudes que señalen la ubicación de nuestra presencia física. Quizá la de nuestra ausencia. (Presencia. Ausencia. ¿Acaso esas categorías existen?).
En Posmópolis hay señales intermitentes (como la de aquellos coches varados a plena noche) que en ocasiones llegan a señalar las latitudes de nuestra existencia: la respiración de nuestra angustia, la liberación del orgasmo, la conversión hacia la muerte.
Posmópolis es una ciudad que llevo dentro, en el fondo del cuerpo, pero como el alma ¿dónde ubicarla?, ¿es acaso ello posible?, ¿es que Posmópolis realmente existe?
Posmópolis es una ciudad sin alma, pero es un lugar con cuerpo y carne. Cuerpo y carne dan lugar a momentos e instantes, es decir, a breves lapsos donde la escritura se asoma, dice algo, parece estar diciendo algo, pero lo único que dice es el tránsito (el decir) de su máscara.
He estado en Posmópolis. La he visto desnuda, la he visto sin esa máscara y apenas con un velo que deja percibir mínimamente su piel. No es una piel lisa, constante. Tiene relieves, arena, asfalto, tiene horas y eternidades que no llegan. He estado en Posmópolis, he estado en esa palabra. Me ha matado.
Posmópolis, Santísima Posmópolis.